¿Félix Morales o… Julio Verne?
El amor aprendido hace a Félix dejar todo atrás y precipitarse al centro de la serranía, abandonando en determinado punto el Vial de Montaña, por un terraplén pedregoso desde donde a veces se divisa el mar y otras, la roca pura de los farallones
En Machuca nadie es más importante que Félix Morales. Tres veces por semana transporta en un camión Ural a quienes deciden salir o entrar a Machuca, en una travesía de 120 kilómetros en casi 10 horas —ida y vuelta—, entre ese asentamiento, con paso por El Rangel y hasta la ciudad de San Cristóbal.
Inspira seguridad y es esa una apreciación cierta: los habitantes de este enclave solicitaron su retorno al timón de esa ruta cuando estuvieron todo un año sin servicio de transporte; hoy es uno más allí, al punto de tener hoy allí una modesta casita, donde él y su esposa María Fuentes, emprenden una vida sin igual, asombrados por la capacidad de los lugareños de convivir en paz con la simpleza de la felicidad real.
“Aquí todo es paz; las fiestas no necesitan de invitación, los sacrificios tampoco. Es como una alianza colectiva con base en el respeto y eso creo que no sea el estilo de vida en muchos lugares, lamentablemente”.
Conminado por esa vida, Félix emprende sus viajes que no solo son a través del espacio sino también del tiempo, pues en la medida que el viajero se adentra en esas tierras no le queda otra opción que no sea acatar las reglas de bondad allí existentes.
Hoy el Ural, imponente, asume además de los servicios encargados por la Unidad Empresarial de Base de Transporte San Cristóbal, los de ambulancia en casos de urgencia y el traslado de los maestros y estudiantes los fines de semana, previo acuerdo con los diversos factores de la comunidad.
“Hace siete meses el jeep-ambulancia está roto. Hace poco llevé a Yanet, la promotora cultural hasta el Hospital Comandante Pinares. Tenía un embarazo ectópico y según el médico, pudo haber fallecido sin no se actuaba oportunamente. Me reconforta mucho sentirme tan útil”, asegura el chofer, encargado también del mantenimiento técnico del camión.
Sin embargo, las cosas pudieran ser mejor: a Félix no se le paga peligrosidad, el salario básico es solo de 287 pesos y no pocas son las adversidades en el modo de abastecimiento de combustible. Por otra parte, Pedro, el conductor del jeep, no percibe remuneración alguna en períodos de roturas, de modo que hace siete meses no se le paga.
Aun así, ambos son protagonistas de cada suceso, feliz o fatal, en Machuca donde resultaría imposible la vida sin sus servicios seguros, capaces de poner en contacto el universo extra —montuno con ese mundo virginal, sede del reducto actual de la secta de acuáticos— solo existente allí y en las localidades pinareñas de Viñales y Pilotos-, además de otros pobladores.
El amor aprendido hace a Félix dejar todo atrás y precipitarse al centro de la serranía, abandonando en determinado punto el Vial de Montaña, por un terraplén pedregoso desde donde a veces se divisa el mar y otras, la roca pura de los farallones, en un viaje hacia las entrañas de la tierra, como no imaginara Julio Verne en su Viaje al centro de la Tierra. El claxon a las cinco de la madrugada renueva cada tercer día el pacto de un chofer con los suyos, a pesar de cualquier cosa.
El artemiseño
Elena Milián Salaberri
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